La playa de las Barcas ( llamada así por una gran cantidad de vigueses ) o también playa de Fontaíña, se muestra en esta foto tal y como se veía a finales de los años 60, principios de los 70. Se trató siempre de un lugar muy familiar, en el que en esa época disfrutaban del sol y del agua grupos de gente muy habituales.
Se ve en el fondo de la imagen la isla de Toralla, cuando entonces no tenía el puente que la unía con la playa del Vao ni la torre de apartamentos, que se construirían poco tiempo después.
La isla Toralla fue un castro importante con una altitud de 18 metros. Estaba rodeado por una muralla de 2-3 metros de grueso y 1 m. de alto. En las viviendas circulares, excavadas en campañas varias, se encontraron muestras de cerámica indígena y ánforas.
Hay que pensar que en esa época fueron muchas las expediciones de fenicios, griegos y cartagineses que recorrieron nuestra ría en busca de la “casiterita” –estaño- necesario para fabricar el bronce y en los anales están los nombres de los expedicionarios, anteriores a la romanización. Muchos nombres de lugares, hoy, tienen su origen en el que usaron, por primera vez, los visitantes, con las lógicas variaciones que señala la toponimia.
El de Toralla es el nombre que corresponde a la zona costera – aunque lo va perdiendo – y a la isla, a la que todo el mundo le pone delante el “de” y dicen isla “de Toralla”. Pero no: «Isla Toralla» es su denominación y se ve, perfectamente en el “Plano de la Ría de Vigo”, realizado por Mateu en su litografía de la calle de la Montera, número 53, de Madrid, para el libro de Nicolás Taboada Leal, -primer cronista oficial de Vigo-, “Descripción topográfico-histórica de la ciudad de Vigo, su ría y sus alrededores”, editado en 1840.
“Toralla” parece venir de “tor” y no está clara su procedencia pero sí su significado: “ monte ”; pudo llegar a través del latín, del ibérico o, tal vez, tiene base céltica. El profesor y toponimista Gerardo Sacau piensa, eclécticamente, que “toralla” obedece a una estructura femenina latina de base celta, “tor”, y el sufijo latino “alia”, simplificación de tierra: “toralia”, terreno en forma de un pequeño otero. Y luego añade una serie de topónimos que significan elevación: “Turido” (Alcabre), “Toural” (Teis), “Tourada” (Navia), “Tourón” (Oia), “Torroña”, (Santa María de Oia), etc.
No se ha conseguido localizar documentación que acredite, a ciencia cierta, a quién pertenecía realmente la isla antes del siglo XIX., lo que no tiene nada de extraño por la serie de luchas –constantes-, con las típicas depredaciones de los vencedores. Aunque hay historiadores que se inclinan por el Obispado de Celanova, existen documentos, en el archivo de la Catedral de Tuy, que supuestamente dan fe de que la isla era propiedad del Obispado de Tuy y, más concretamente, del Monasterio de Coruxo.
En la historia del Obispado de Tuy y de sus bienes, de Ávila y de la Cueva y en el capítulo XXXV, dedicado a las islas, figura con el nº 6 la isla de Toralla, que describe como situada frente a las parroquias de San Salvador de Corujo y San Miguel de Oya. Se trata de un manuscrito del que existe un solo ejemplar que se conserva en el Museo de Pontevedra. No hay duda, en todo caso, que eran bienes de la iglesia.
Al advenimiento de Juan Álvarez Mendizábal, financiero y político, de origen judío y tendencia liberal, a la Presidencia del Gobierno en 1.835, una de sus primeras disposiciones legislativas fue suprimir, por Decreto, la mayoría de las Órdenes religiosas y, en 1.836, la venta en subasta pública de los bienes de monasterios y conventos.
A raíz de la “Desamortización”, la isla de Toralla fue adquirida por D. Francisco Javier Martínez Enríquez, Marqués de Valladares.
- Mi hermana en la playa de las Barcas en 1970. Todavía no se había empezado la torre de Toralla y se ven sólo árboles.
La primera inscripción registral data del 4 de Julio de 1895, en que D. Enrique Lameiro Sarachaga, propietario de la isla en la citada fecha, hace constar la compra de la misma a Dña. María Dolores Elduayen Martínez, sobrina y heredera del Marqués de Valladares, por escritura de fecha 30 de Abril de 1892. En la escritura de venta se cita expresamente, como título de propiedad de la vendedora, el testamento que el Marqués otorgó a su favor ante el Notario de Vigo D. Severo González, el 10 de Febrero de 1888.
Anteriormente, en el año 1882, D. Enrique Lameiro Sarachaga y D.Enrique Daviña habían arrendado parte de la isla, para construir una fábrica de salazón. (Hace tres décadas se podían ver algunas lajas con canaletas de desagüe – utilizadas como pavimento provisional durante alguna obra-, que muchos visitantes suponían de épocas castrexas.)
La isla fue vendida por el Sr. Lameiro Sarachaga a D. Martín de Echegaray Olañeta, -un indiano que volvió rico de la Argentina-, el 4 de Octubre de 1910, según consta en la escritura otorgada ante el Notario de Vigo, D.Casimiro Velo de la Viña e inscrita a su nombre, en el Registro de la Propiedad, con fecha 16 de Junio de 1911.
- Mis hermanos y yo con mi madre en el verano de 1973. Ya se distingue perfectamente la altura del nuevo edificio que se terminará al año siguiente.
Oye ,
Veo el sitio web http://www.vigopedia.com y es impresionante. Me pregunto si el contenido o las opciones de publicidad de banners disponibles en su sitio.
¿Cuál será el precio si nos gustaría poner un artículo en su sitio?
Nota: el artículo no debe ser ningún texto como patrocinado o publicitado o así
Aclamaciones
anto desouza
!Qué recuerdos! Allá en los años cincuenta. Ahora Corujo me resulta irreconocible. Recuerdo a los veraneantes: los Salgueiro, Barreiro, Casas, Gabriel y Galán, Moreno, nosotros los Escatllar…y gente del pueblo, como los Fernández, Montoro, Xende, el maestro…
Realmente mucho cambió Corujo. Yo, que veraneé siempre entre los 70 y los 80, ya noté los cambios en toda la zona hace tiempo. Las pistas y senderos se convirtieron en pequeñas calles y proliferaron los nuevos chalets donde antiguamente había maizales y otros campos de cultivo. Pero sigue siendo un buen lugar para veranear, o incluso para vivir, por su gran proximidad al centro de Vigo.
No sé si llegaste a conocer el campo de fútbol que había en las Roteas. Nosotros íbamos a hacer chocolatadas al bosque inmediato junto a invitados de Vigo que venían en tranvía y otros veraneantes. Luego jugábamos a la pelota en dicho campo, en el que a veces acampaban gitanos; al otro lado de la carretera había una fuente de la que bebíamos y en la que alguno se contaminó, porque la alimentaba un regato en el que bebían los caballos de los militares. Pero un año en que volví vi que en el campo se habían construído viviendas sociales.
Una anécdota curiosa es que en aquellos años cincuenta y en las Roteas un guarda le disparó a un lobo un tiro de pistola, sin acertarle.
Pues la verdad es que el campo no lo recuerdo, ya soy más de la época en que se hacía el polígono que mencionas y que existe hoy en día allí. Lo que sí hacíamos a veces con amigos en los 70, era ir a un bosquecillo que hay antes de llegar a las Roteas, que también se ve desde Ricardo Mella, donde en en esa época íbamos andando por el antiguo camino que había quedado tras desparecer el tranvía.
Otros lugares a los que íbamos de excursión, aparte de a los montes Alba y Louteiro, era a un molino donde había un cuervo que hablaba, ya que lo habían recogido herido.
Personaje inefable era la jefa de la Estación, baja y gorda. La Estación era para mí y el hermano que me antecede lugar de reunión con los respectivos amigos, y a veces teníamos problemas con ella. Su marido hacía de jardinero, incluso cuando ya el tranvía no funcionaba.
Qué bueno !
Los de la aldea eran un tanto brutos. El primer día que mis padres llegaron a la casa de veraneo se fueron a pasear por un caminito que partía de la finca; y les salió el propietario de la casa cercana con una hoz, mientras su mujer le gritaba «no los dejes pasar» (más tarde resultó que mi madre les iba a comprar pescado). Y a mi hermano y sus amigos les persiguió una mujer con un cuchillo de cocina, mientras escupía sobre la improvisada arma y hacía cruces sobre ella con la saliva, jurando que los iba a matar.
Si, jajaja, yo también recuerdo alguna situación similar por los caminos entre las fincas, como cuando te metías de niño entre los maíces de un campo y salía el dueño gritando improperios y persiguiéndote. No les gustaban mucho los veraneantes, salvo a los que sacaban un dinero con ello.